Cada generación tiene temáticas que dominan la agenda de discusiones. Por ejemplo, en los años de la guerra fría la amenaza de una guerra termonuclear trasnochaba a nuestros abuelos y padres; y en los años 80 y 90 la epidemia del VIH-SIDA contra la cual seguimos combatiendo estaba al centro de las discusiones. Actualmente, sin duda las discusiones relacionadas al cambio climático son las que se llevan la mayor atención, y muchos proyectos, acciones empresariales, iniciativas particulares, etc. buscan atacar este problema. Es difícil encontrar alguna actividad humana que no se pregunte sobre sus emisiones de carbono, e incluso en la publicidad de productos y servicios el poder mostrar que son bajos en emisiones pueden producir una mayor aceptación por parte del público.
No sin exageración, varios jóvenes en varios países creen que el calentamiento global es una amenaza a nuestra especie, y hasta han llegado a ejercer acciones de protestas violentas, como por ejemplo, aquellas célebres “performances” en donde famosos cuadros son atacados con comida, pintura o manchados con sopa, o el enjuiciamiento a personas que usan medios de transporte “sucios” como aviones por sobre otros considerados limpios, como los trenes.
En este contexto, una de las agendas más importantes tiene que ver con la llamada transición energética. Es decir, reemplazar a los combustibles fósiles por energía eléctrica y otras energías bajas en emisiones en sectores como el transporte, reemplazar combustibles como el petróleo, el gas y el carbón, e impulsar la producción de energía renovable a partir de fuentes no convencionales (solar y eólica principalmente). En esta agenda, la minería juega un papel preponderante.
Para avanzar con las metas de electrificación, la producción de minerales y metales como el cobre, el litio, el cobalto, el níquel, entre otros, simplemente debe multiplicarse en el corto plazo. Sin embargo, ya existen preocupaciones sobre la capacidad de producción, y para algunos minerales, se cuenta con que habrá un mercado deficitario que mantendrá los precios altos en el corto y mediano plazo; además, considerando el tiempo que toma el desarrollo y puesta en marcha de un proyecto minero ya varios analistas consideran que estamos tarde. Acá viene lo paradójico, mientras que los anuncios sobre la importancia de tomar medidas de transición energética son frecuentes, no hay una decisión clara sobre viabilizar nuevos proyectos mineros que amplíen la capacidad de producción de los minerales necesarios para su consecución.
Los gobiernos y el sector financiero deberían empezar a mirar al sector minero y a los proyectos de explotación de minerales para la transición energética como lo que son: inversiones verdes; y por ende acompañar el desarrollo de minas desarrolladas con los altos estándares socioambientales con que la industria es regulada y medida actualmente; ofrecer acompañamiento para la consecución de permisos para su desarrollo; y ofrecer además condiciones crediticias favorables para estos proyectos. Sin el concurso del sector minero la transición energética es simplemente inviable.
El diagnóstico es claro: se necesitan más minas y ampliación de las existentes para producir los minerales que demanda la transición energética; el sector minero cuenta con la experiencia y capacidad técnica para desarrollar proyectos con altos estándares socioambientales, aportar al desarrollo local y dinamizar las economías de los países productores. Es hora de que el discurso se acompañe de hechos para ampliar la producción de minerales.
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